JUEVES ÁCIDO
Asisten a mí, como si se tratase de una
orquesta de fúlgidas luciérnagas, las memorias lisérgicas de una madrugada de
abril.
Me siento, respiro. Suspiro. Atrás, la
trama de eventos causales que me condujo hasta el sitio del accidente. Una lluvia
corrosiva de imágenes endebles, reminiscencias fugaces e instantes desorbitados;
la sublime irreflexión que se perpetúa
congelada en la bóveda del recuerdo. Adelante, las Moiras a carcajadas.
Me quedo estático, errático. Muero. ¿Obra
de Dios? Pero si hasta el mismo Dios no es más que una alucinación sonora. Entonces
comienzo el descenso, ¿O el ascenso?, ¡Donde me encuentro no hay un arriba o un
abajo! Olvido por un intervalo que la gravedad
aferra mi cuerpo convulso al suelo y voy sumergiéndome despacio en los caóticos
mares de la sensibilidad, Entonces… la caída, caigo a modo de escupitajo
cósmico: arrojado a la nada y enajenado en la irrealidad que me rodea, en la
que vegeto desde el génesis; la no-razón, suplicio de una humanidad
famélica que anhela el retorno a sus instintos primigenios reprimidos.
Dos forajidos me acompañan.
Un burro y un ateo con cierto poderío sobre mí, sobre nada, sus voces escudriñan en mi interior, en la profunda ingenuidad de mi alma. Desde la ventana contemplo con estupor cómo el sol comienza a irisar el crepúsculo de un verdadero nuevo amanecer. Siento una invasión de arácnidos trepándose en mi cabeza y tejiendo inescrutables redes de pánico y desesperación en los abismos de mi conciencia. Escalofrío.
Un burro y un ateo con cierto poderío sobre mí, sobre nada, sus voces escudriñan en mi interior, en la profunda ingenuidad de mi alma. Desde la ventana contemplo con estupor cómo el sol comienza a irisar el crepúsculo de un verdadero nuevo amanecer. Siento una invasión de arácnidos trepándose en mi cabeza y tejiendo inescrutables redes de pánico y desesperación en los abismos de mi conciencia. Escalofrío.
El éter desde el horizonte comienza a
serpentear, un vaivén, un cosquilleo
visual. Cada cosa a mí alrededor expide un efluvio de ondas amorfas e
iridiscentes que se reproducen una tras otra expandiéndose hacia el infinito.
Tengo la sensación de estar burlando el holograma que habito, que me habita,
desafío la deformación espacio-temporal. No estoy aquí. Soy energía. No soy más
que restos fúnebres cantando en un Réquiem de estrellas.
Todos los objetos dentro de mi espectro se
vuelcan continuamente en direcciones distintas en medio de un bailoteo macabro,
y, atraídos van navegando hacia el mismo
vórtice de delirio, me asalta el vértigo con sólo vislumbrar la posibilidad de
lanzarme al vacío junto con todo a mi alrededor, como participando de un suicidio
colectivo de materia. Distorsión. Asisto a la evanescencia de mis pensamientos
y mis conceptos.
Extraviado, Abúlico, me reduzco a
silenciosas auto auscultaciones en las que advierto el eco de los acelerados latidos
de mi corazón reverberantes en cada rincón de mi cuerpo, no tengo dónde
ocultarme y mucho menos salvación alguna, la demencia posa sus labios sobre los
míos y me arranca el último beso. Éxtasis. Átropos ya viene en camino, seguro
que ésta vez no dudará en cortar el hilo mientras celebra con hilarantes
risotadas en el jardín de lo inevitable
de la existencia. Sólo una idea vacua me socorre: Estoy en el infierno, me
encuentro cara a cara con mis demonios y sin embargo… sin diferencia alguna a
otro lugar… El terror se produce por la ubicuidad de la nada. Aquí, nada
también.
Post: Por el JOVEN BELTRANX.
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